lunes, 13 de julio de 2009

Del agua y de la tierra


Hay unos organismos excepcionalmente versátiles, que se han adaptado a casi todos los ecosistemas del planeta y que suponen el ejemplo clásico de simbiosis: los líquenes. Están constituidos por la simbiosis entre un alga y un hongo; el alga al realizar la fotosíntesis, produce compuestos orgánicos e hidratos de carbono, de los que se alimenta el hongo; éste, a cambio, proporciona una estructura que sirve de protección al alga frente a la desecación y las condiciones desfavorables del medio no acuático.

Los líquenes destacan por ser importantísimos colonizadores primarios que facilitan el desarrollo posterior de otros organismos, pero también por ser bioindicadores. En las primeras etapas de crecimiento, no toleran la presencia de óxidos de azufre en el aire, (SOx, que se liberan en procesos de combustión de combustibles fósiles, y en procesos industriales). Ante estos contaminantes reducen su tamaño y el de sus estructuras reproductoras (los soredios, que tienen el aspecto de diminutos cuencos) , aunque cuando las condiciones ambientales dejan de ser desfavorables, vuelven a la situación inicial muy rápidamente.

Los líquenes sirven de alimento a otros organismos en lugares y ambientes muy desfavorables (se piensa que una especie del desierto pudo ser el "maná" que cita la Biblia), y el hombre obtiene pigmentos y colorantes, como la orcina, que es la base del papel tornasol utilizado como indicador ácido-base.

Ahora al pasear por un bosque, fijaros bien en la enorme variedad de formas que presentan, lo llamativos que son sus soredios (en forma de pequeños cuencos) y tratar de encontrar dos iguales... veréis que es imposible.

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